Ya había pasado mucho tiempo desde nuestro último encuentro, luego de muchas tentaciones logró que accediera a verle y compartir esa noche de lujuria, con más encuentros me volvería adictiva sin piedad, por eso voy y vengo hacia Èl desde ya 4 años fugaces en que veo como el tiempo va dejando en mi su paulatina madurez .
Su forma de poseerme es siempre una sorpresa, cada mirada suya me humedece sin tocar, su sonrisa muda y encantadora se sumerge tibia en mi entrepierna y sus dedos ya maestros buscan dentro de mi aquel sabor que le encanta saborear, y olvido todo atisbo de razón entre esos espasmos involuntarios desatados con su lengua y la adrenalina perversa de poseerlo a Él.
Me humedezco de sólo recordar lo que provoca, pero logro escapar hacia sus brazos, y dejarme hacer todo lo que ha aprendido, cada reenkuentro es una sorpresa, una nueva seducción, un nuevo oasis, y aún cuando las edades nos separan lo disfruto sin culpa. Lo gozo hasta llegar al cielo y al infierno, hundida en su cuerpo joven, disfruto ser su pasion obsesiva y ser su desahogo su aprendizaje, me dejo me dejo y me dejo, porque el encanto de su inocencia es adictiva, y la bebo a cada segundo.
Saboreo esos momentos varias noches, expectante a un nuevo destello de magma y fuego entre sus brazos. La distancia es tan fértil de deseo por ese cuerpo de escultura griega, de ese perfil de príncipe àvido y confuso por mi indecente indecisión.