Con motivo de las fiestas de fin de año y no mediando ninguna oferta mejor, pues decidí con firmeza realizarme varios regalos para mí misma. El primero fue un masaje completo, sauna, piscina y varios que consistió en pasarme seis horas en un spa con el único fin de relajar mi cuerpecito de todo tipo de estrés acumulado en el año. El segundo fue un calzón carísimo (creo que el más caro que he comprado en mi vida) negro, transparente, un poquitito abombachado, más bien de un estilo barroco romántico y que tiene la gracia que la parte de atrás es abotonada con unos pequeños botones separados unos de otros por la medida justa como para verse muy, muy guapa. El tercer regalo fue un vestido totalmente inservible, pero que me queda espléndido. El cuarto y el mejor, decidí que fuera una sesión de sexo. Pues bien, este fue el regalo más complejo no sólo porque tuve que hacer una producción para poder llevarlo a cabo sino porque lo que yo quería es que con el tipo que estuviera sintiera realmente que yo me estaba regalando. Me explico, mi locura en esos momentos pasaba por regalarme: en fácil, quería sentirme regalo. Y para eso hubo un par de detalles que no podían faltar según mi idea de lo que era ser un regalo. Lo primero, era el envoltorio. Decidí ponerme ese vestido inservible que me había regalado, con unos zapatos de taco increíbles, una cola de caballo bien estirada y para terminar, en el cuello literalmente un rosetón. Por cierto, un rosetón de buen gusto, negro, de terciopelo y nada muy ostentoso. Pero antes de abrir el regalo, pues explico que pagué una costosísima pieza de hotel en el piso 14 de una torre en Santiago Centro, la idea era que el tipo llegara un rato después que yo me registrara para alcanzar a envolver el paquetito, es decir yo misma. Antes de llegar a la idea de ponerme un rosetón en el cuello, quise envolverme, pero se me hizo difícil, la opción de la caja de cartón también me pareció un poco descabellada… O sea subir por el ascensor de un hotel decente con un pedazo de cartón en las manos, como que me dio pudor (algo que me dé pudor, Dios mío te lo agradezco). Así es que me quedé con la más recatada de las ideas. Aunque justo antes que el tipo abriera la puerta de la pieza, agarré las esposas que había llevado y me puse una en el pie y la otra a la pata de la cama. Cuando abrió la puerta yo estaba en penumbras con un vestido de fiesta, con mi calzón barroco con botoncitos, con un rosetón en el cuello que además tuve la delicadeza de ponerle una tarjetita con motivo navideño que decía “De….Para…”, maquillada como yonqui, con un pie esposado a la cama y al lado una bandeja con champaña… Me había convertido en el regalo más chulo-bizarro-calentón del mundo y estaba encantada de la vida. Por cierto mi regalado tuvo al segundo de verme un ataque de risa que mezclaba incredulidad, calentura, diversión, en fin… Nos reímos mucho y recién luego de tomarnos la primera botella de champaña comenzamos de a poco a tomar nuestros roles de chico-regalado y yo de chica-regalo. Ser regalo no es fácil, hay que ser paciente y una no puede tomar por sí misma la decisión de abrirse cuando quiera. El tipo en esto me hizo sufrir un resto, como al llegar le entregué la llave de las esposas quedé esposada prácticamente toda la noche, la tarjetita que me colgué en el cuello fue lo primero que me sacó, pero para el resto se tomó todo el tiempo del mundo, me lamió mucho el cuerpo, me tiró agua por todas partes, me escupió la cara hasta que el maquillaje comenzó a chorrearme, me pasó la verga por todas partes y luego de mucho, mucho, me sacó el vestido y vio por fin mis calzones, pero cuando los vio, los miró, los tocó, pero no me los sacó…Me puso con las tetas apoyadas sobre la cama, con el pie aun esposado y ahí en cuatro me desabrochó sólo un botón del calzón justo donde decidió que su verga entraría hasta el fondo, pero el cabrón no me dio fuerte y rápido, sino lento, cada vez que a él se le ocurría, un par de veces fuerte y luego me dejaba botada para dar una vuelta por la pieza o tomar agua o mirar por la ventana Santiago o qué sé yo… Para puro hacerme sufrir pues… Así se la pasó mucho, mucho, mucho rato, hasta que yo acabé y él mucho después se dio el lujo de empaparme la cara con mucha de su leche… Terminamos sucios, sudados y acostados en el suelo de la pieza… Bueno, nadie dijo que ser regalo era un asunto fácil.